20 nov 2012

Complicarse la vida

Inicio este blog con la esperanza de que sea leído por alguien anónimo -o no- del mismo modo que veían los romanos los combates celebrados en el coliseo: con una expectación irreverente sobre una muerte segura, y con una curiosidad casi mórbida por averiguar desde una permisiva e indiferente pasividad hacia qué lado iba a inclinarse la balanza.

Así pues, me debatiré aquí a muerte -psicológica y/o emocional- con algunos de los pensamientos más agresivos y venenosos que surgen de mi materia gris para el disfrute y deleite de cualquier posible lector ávido de dolor y sufrimiento ajeno, pues no es sino por iniciativa personal que vengo a complicarme la vida públicamente en honesta y brutal sinceridad para con estos pensamientos y reflexiones.

Para aquellos que reservan un hueco en sus apretadas agendas para contemplar la autodestrucción de otras personas, debo confesarles que mis torturas no seguirán el mismo tipo de planificación exhaustiva y que variarán ampliamente en día y momento de aplicación, ya que responden más bien a improvisaciones sobre la marcha del día a día -o del semana a semana- y a decisiones muy poco meditadas en momentos de inexcusable debilidad e inestabilidad mental.

Dicho eso, comento que he elegido "complicarse la vida" como título de esta primera entrada porque tengo demostrado que no somos pocos los que voluntariamente nos amargamos la vida, convirtiéndonos en auténticos expertos en la materia. Se ven a veces personas que incluso compiten entre ellas por autoproclamarse los más amargados. Servidor desgraciadamente no participa de dicha competición, pero en ocasiones hablará de personas que sí lo hagan.

Complicarse la vida es prácticamente un acto reflejo. Si no lo hiciéramos nada tendría demasiado sentido. Vivir bien es muy fácil, y muy aburrido. Tanto que algunos hemos sentido alguna vez la necesidad de subir un poco el nivel de dificultad... ¿Qué tal vivir con una constante desmotivación? Es un reto ya mayor y digno de cierto respeto, aunque aún no demasiado.

Algunos también añadimos envidia, un poco de enfado generalizado -que termina desembocando en un océano de veneno llamado odio-, desprecio y otros condimentos para la vida diaria. Por supuesto, al ser todo ello autoimpuesto no tiene tanto mérito como cuando viene dado por situaciones externas, pero nos convencemos de que cuando queramos podemos salir de este juego macabro en el que nos vamos metiendo por puro aburrimiento.

Y entonces algunos nos bajamos voluntariamente la autoestima e intentamos ver las cosas de un modo lógico y razonable, así, para aumentar aún más la dificultad, que hasta ahora era a todas luces insuficiente. Ese ya es el nivel de dificultad más alto que conozco hasta la fecha. Ahí cualquier cosa positiva que puedas sentir o pensar merece todo el respeto de los dioses del Olimpo, del no Olimpo, del más allá y del menos acá porque te habrá costado lo tuyo, lo de los vecinos de tu urbanización y lo de todo tu árbol genealógico hasta el año en que tus tataranietos mueran.

Sin duda tienes cojones.

Pero cuando consideras que ha llegado el momento de dejar de jugar a ese absurdo juego de complicarte la vida, te das cuenta de que estás a punto de asfixiarte, cubierto de mierda hasta el cuello y con la carótida golpeando tan fuerte en el lodazal que tú mismo has preparado, que hasta chapotea y te salpica la cara.

Todos aquellos que se sientan en ese punto están en condiciones de participar como gladiadores en este blog, mientras el público, insaciable de violencia autoproporcionada y de sufrimiento ajeno autoadjudicado, vitorea y suplica un poco más de dramatismo.

Aquí es donde yo lucharé, y aquí es donde ustedes se partirán el culo.

Sean bienvenidos.